Bill Simmons: sobre su trayectoria, su próxima agencia libre y el machismo en The Book of Basketball
Hace tiempo que quería escribir sobre uno de los referentes clásicos que parece estancado, y qué mejor momento que ahora que sabemos que será agente libre en 2025.
Decir que Bill Simmons ha tenido un periodo de decadencia y se ha estancado no es decir nada realmente polémico. El que un día fue un joven y atrevido periodista que puso de moda en Estados Unidos juntar el contenido deportivo con la cultura popular y los comentarios de colegueo tiene ya 54 años y no es ningún zagal. Y, más que a nivel personal, su principal producto, The Ringer como plataforma y sus podcasts, es una muestra de su propio estancamiento.
Después de terminar la carrera de periodismo, durante unos años solo pudo llevar cafés y actualizar los resultados deportivos en las redacción del Boston Herald. Él, que se había especializado en periodismo impreso, rápidamente se llevó un varapalo al conocer el funcionamiento y el estado de la prensa escrita. Sus trabajitos como freelance en la revista Boston Phoenix tampoco le ayudaron profesional ni económicamente. Tras pasar una temporada como camarero porque como periodista estaba en la ruina, Simmons empezó a tener éxito y popularidad a partir de 1997, cuando consiguió que le dejaran escribir un blog en la sección de AOL dedicada a la ciudad de Boston. En ese momento adoptó el sobrenombre de “The Sports Guy” (el motivo es tan sencillo como que había otro columnista en la web con el sobrenombre de “The Movies Guy”) y también registró su página web propia, BostonSportsGuy.com.
Su éxito se debía tanto al tono humorístico y lleno de referencias de la cultura popular de sus artículos, como a la rápida difusión que conseguía a través de amigos y compañeros que lo difundían entre sus contactos. Durante un tiempo también se lo enviaba por email a aquellos que se lo pedían, llegando a enviar esa newsletter a una lista de contactos con centenares de personas. Cuando ESPN empezó a buscar a gente con impacto para potenciar su recién estrenada web y le contrató en 2001, su página web superaba los 10.000 lectores únicos diarios, algo reseñable para la época y para tratarse solo principalmente del ámbito de Boston.
Mientras su carrera como periodista deportivo despegaba, también se fijaban en él desde otros ámbitos. Durante un año, de abril de 2003 a abril de 2004, estuvo trabajando en la sala de escritores de Jimmy Kimmel Live!, trabajo que aceptó solo porque le dejaban compaginarlo con ESPN, y que fue el motivo por el cual se mudó a California.
En ESPN le llegó la fama definitiva cuando el éxito de sus columnas hizo que le dieran las riendas de la sección alternativa conocida como Page 2, donde iban los contenidos que no eran puramente deportivos. Su creciente popularidad también ayudó en aquella época a crecer a la página web de ESPN, y le dieron un lugar privilegiado por ello. En ESPN pasó de ser un columnista a tratarse de una de las figuras más importantes de la cadena, aunque su presencia fuera principalmente online. Si ya era considerado uno de los pioneros de las columnas deportivas online, también fue una de las primeras figuras importantes en apostar fuerte por los documentales deportivos y los podcasts.
En 2007 creó dos de sus productos más importantes: la serie de documentales “30 for 30”, junto a Connor Schell, para conmemorar los 30 años de ESPN; y su podcast, “The B.S. Report”, con su mítico “The B.S. Report is a free-flowing conversation that occasionally touches on mature subjects” (un disclaimer que no estaba inicialmente y que incluyó cuando ESPN le censuró parte de una conversación sobre un actor porno) sobre la base de Ronald Jenkees. Un podcast que dominó la década pasada y aún es top 3 semanalmente en escuchas en la sección de deportes.
“The B.S. Report” llegó un par de años después de que se empezase a utilizar el término “podcast”. No fue ni mucho menos el primer podcast deportivo, ni tampoco el primero de ESPN, pero sí que fue el que más popular se hizo. Todo ello a pesar de no seguir las normas que le habían marcado inicialmente desde la cadena, como evitar el uso de palabras malsonantes, o limitar la duración máxima de los episodios a 20 o 30 minutos. Sus podcasts de más de una hora y con lenguaje de la calle, hablando como si fuera un fan más como lo hacía en sus columnas, eran devorados por la audiencia.
Su techo, sin embargo, aún no había llegado.
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